Fernando Velasco Abad: Una vida de búsqueda, por Enrique Ayala M.

Gurbuz de Calismar
El 9 de septiembre de 1988 se realizó un acto de conmemoración del décimo aniversario del fallecimiento de Fernando Velasco. Allí intervine con las palabras que se transcriben a solicitud de la FENOC, la Corporación Editora Nacional y un grupo de amigos del Conejo. Me parece pertinente publicar e1 texto en este volumen de Procesos (Revista Ecuatoriana de Historia, No 12, Corporación Editora Nacional, Quito, 1998).


Estar aquí reunidos recordando a Fernando Velasco Abad no tendría sentido si éste no fuera un acto que da continuidad a una búsqueda iniciada por él desde las raices de su propia infancia. Porque ni a él le gustaban los elogios fúnebres de momificadas figuras del pasado, ni nosotros estamos para canonizarlo, transformándolo en un habitante más de ese retablo construido en la lucha laico confesional cuyos campeones son el Mártir y Vengador del Derecho Cristiano, el Santo del Patíbulo, por un lado y San Juan Montalvo por otro.

Estamos aquí para seguir buscando, porque más que ninguna otra, la búsqueda fue la característica fundamental de su espíritu inquieto, crónicamente insatisfecho, al tiempo que brillantemente creador.

Nacido al filo de la mitad de nuestro siglo, al Conejo Velasco le tocó vivir, como a muchos de nosotros, una vida cruzada por grandes transformaciones tanto en el país como en el mundo. Como que en medio del camino, entre los cincuenta y los setenta, varias veces nos movieron el piso y tuvimos que aprender a entender la rea1idad una y otra vez hasta ir encontrando formas cada vez más definidas y comprometidas de pensamiento y acción.

Una vida internacional caracterizada por el dominio de figuras como Churchill, Pío XII, Eisenhower y Stalin se vio de pronto turbada por remezones como la Revolución Cubana y el Concilio Vaticano 11. Y el Comandante Fidel Castro y Juan XXIII fueron, entre otros, referentes de una ola contestataria que
inundó América Latina con los ritmos de los Beatles y de Inti Illimani; que pintó paredes y cercas con las tintas de los muros de París del 68 y con la brocha gorda de nuestras protestas universitarias; que vivió con igual intensidad la campaña por detener los bombardeos de Vietnam y la lucha por el triunfo de Salvador Allende, figura máxima de la capacidad de victoria y resistencia de todo nuestro pueblo latinoamericano.

Un país propiedad de grandes señores de la tierra, de la banca y el comercio, que disputaban parcelas de poder sin abandonarlo jamás ni por mal sueño, alternando enfrentamientos confesionales y actos de irrupción caudillista bien controlados; se halló en cortos años envuelto en un proceso rápido de
modernización y reacomodo, que ya no podía ser explicado por el tradicional discurso de los tradicionales entendidos en la abogacía, los poemas provincianos y las biografías de los héroes. Un país en cambio brusco tenía que ser explicado con nuevas formas de ideología para que, pese al remezón, todo quedara igual al fin; o tenía que ser entendido desde perspectivas científicas y revolucionarias que coadyuvaran al avance de los protagonistas de su propia liberación.

Porque en la base de todo este panorama estaba el pueblo. Los trabajadores ecuatorianos, como los de otras tierras de Latinoamérica, movían el piso, avanzaban en conciencia y organización. Esto que generalmente lo vemos al último, estaba en realidad primero en todos esos años. Indios y campesinos en lucha por la tierra, obreros en búsqueda de mayor fuerza orgánica y de su unidad necesaria y prometedora.

En medio de todo esto transcurrió la vida de búsqueda del Conejo. Nacido en un hogar laico, de una brillante dinastía de maestros; aprendió desde niño el ejercicio del estudio y de la crítica, la avidez por la lectura y la charla productiva. Su talento, sin duda uno de los más altos del Ecuador, se ejercitó en esa disciplina que saben infundir nuestros viejos normalistas. A una edad récord concluyó la secundaria para ingresar luego a la Universidad Católica del Ecuador justamente cuando una nueva generación hacía soplar en ella vientos de cambio.

Desde entonces fue activo protagonista de un proceso de transformación académica y política de grandes repercusiones, cuya figura referente fue Hemán Malo González, muerto hace justamente cinco años también en medio de la persecución y de la búsqueda.

Pero la Universidad Católica no fue solamente el espacio de su formación; de su participación política inicial; del hallazgo de compañeros y amigos entrañables, muchos de los cuales estamos hoy aquí; del comienzo de su vida como profesor universitario, también a una edad récord; sino que significó su
encuentro con la posición humanista cristiana en trance de avance y ruptura. Esta circunstancia de no haber nacido en la corriente cristiana tradicional y no haber vivido en sus primeros años la cruzada apologética, sino de haberse topado con ella en el seno institucional de la universidad y maestros que
expresaban su crisis y su urgencia de transformación, enriqueció enormemente la vida, el pensamiento y la práctica de Fernando Velasco.

La tradición secular del laicismo que reivindicaba los avances democráticos del Ecuador de la primera mitad del siglo XX, pero que afrontaba la crisis del agotamiento del debate confesional, se encontró en sus años de estudiante con la tradición humanista cristiana, tan profundamente enraízada en nuestro
pueblo, empujada por el Concilio y por Medellín al compromiso con los pobres y con sus luchas. Este encuentro y la urgencia de superación de esas crisis paralelas, dos caras de una misma realidad más de fondo, lo lanzaron a la búsqueda de nuevas formas de entender la doliente realidad de América Latina y del Ecuador.

Transitando por las categorías de desarrollo, subdesarrollo, marginalidad, dependencia, dialéctica histórica, con las connotaciones ideológicas y teóricas que ello implicaba, llevó al Conejo a una propuesta interpretativa del desarrollo histórico del Ecuador. Su tesis de grado, trabajo en que rivalizan su brillantez, su calidad académica con su claridad, como lo destaca Moreano, fue en 1972 el documento más lúcido producido entonces sobre nuestra realidad. Pocas obras mantenidas inéditas por largo tiempo habrán tenido más copias circulando para discusión.

La obra es pionera en muchas de sus facetas. Luego de los cuarenta en que Benites Vinueza produjo su Ecuador: drama y paradoja que marca la transición del ensayismo en la interpretación histórica, se producía la primera interpretación general. Actores colectivos, causas estructurales, esfuerzo de periodización a partir de las realidades económicas y sociales, inserción en el panorama mundial. Todo ello con gran esfuerzo crítico, desafiante en más de un tema, como el de la reivindicación de García Moreno, cuya caracterización y la de su régimen denotan una madurez intelectual que superó de lejos el debate liberal conservador que dominaba las obras publicadas hasta estos días como novedad editorial.

Pero Ecuador: subdesarrollo y dependencia a estas alturas ya un clásico, no fue, no podía serlo, solo un ensayo académico; fue un instrumento de formación y de polémica política. A la vista de sus páginas abiertas se han escrito más de una docena de obras que pretenden, con magros resultados, ofrecer visiones alternativas de nuestra realidad. Hasta en ello la obra es fundamental, puesto que provocó la producción de otras, publicadas antes y con mucha mayor suerte editorial, puesto que tuvo que esperarse hasta 1979 para que apareciera una primera edición que, una vez agotada, no ha vuelto a aparecer a 10 largo del último sexenio.

Velasco no se agotó en su labor universitaria, que también abarcó docencia en la Universidad Central del Ecuador, de la que fue profesor por largo tiempo; su acción se extendió al frente campesino. Y su presencia allí fue también tan impactante como fuera de lo convencional. Trabajó en instituciones vinculadas a las corrientes cristianas y colaboró cada vez más estrechamente canta FENOC y el movimiento campesino. Tras un período de maduración y conflicto participó activamente en el establecimiento de la CEDOC socialista, institución que habiendo nacido al calor de la influencia clerical y conservadora ha llegado a ser definido vehículo de organización de los trabajadores y coadyuvante fundamental en el proceso de la unidad de las fuerzas populares del Ecuador, cuya expresión más alta constituye el Frente Unitario de Trabajadores, FUT. Su acción en este frente fue desde entonces lo crucial de su vida, como lo han dicho otros oradores.

Así, en el corto tiempo de como dos décadas de búsqueda inquieta y cada vez más comprometida, Fernando Velasco transitó por las vertientes más hondas de la identidad de nuestro Ecuador y llegó a la sistematización de sus propuestas académicas sobre la historia socio-económica, el problema campesino y el imperialismo, desde la perspectiva del marxismo, llegando a realizar una de las
contribuciones más originales y enriquecedoras a la interpretación socialista científica de nuestra Patria.

Y, desde luego, semejante posición y semejante lucha asimiladas críticamente no podían sino desembocar en los reiterados esfuerzos que hizo Velasco junto con muchos otros, por hallar caminos de construcción del socialismo en el Ecuador y América Latina, por constituir organizaciones políticas como el Movimiento Revolucionario de Trabajadores (MRT) que negaran el reformismo en su
práctica militante y contribuyeran a la unidad de las fuerzas de izquierda y sectores populares organizados en su lucha por la revolución.

Fueron tantos y tan amplios los campos de trabajo de Velasco, fue tan rica su acción y tan prolífica su capacidad de planificar, que resulta difícil imaginarse que estaría haciendo ahora. Su sentido de originalidad y de búsqueda lo habrían llevado más lejos que nuestra propia imaginación. Pero cualquier cosa que estuviera haciendo hoy el Conejo sería dentro de su vocación cada vez más definida de intelectual comprometido y de militante sin dobleces. Estaría sin duda ahora organizando la protesta, afinando las condiciones de la lucha, escribiendo hasta la madrugada, no las razones de la suspensión de la lucha de clases en homenaje a buenas conexiones en el poder, sino los puntales de una batalla ideológica que habría de continuar sin descanso por esos caminos de la Patria como aquel en que encontró la muerte hace diez años.

Fue tan rico y tan multifacético el Conejo que resulta difícil definirlo. Sus adversarios en la derecha le decían comunista. Los comunistas lo acusan de social-demócrata. Los ideólogos liberales no le perdonan sus presuntos "devaneos católicos". Pero claro, ni era comunista, ni social-demócrata, ni
católico. Fue un hombre cuya fuerza fue la búsqueda hasta los bordes de todas las ortodoxias, pero con un compromiso cada vez más claro. Era, más allá de todo, un revolucionario, un combatiente imaginativo, definido y honesto por el futuro revolucionario que construyen los trabajadores.

Estamos aquí por eso, no para lamentar su pérdida, sino para reactivar su vocación de búsqueda de nuevos caminos para las ciencias sociales comprometidas, de nuevas y más avanzadas formas de organización y unidad del pueblo ecuatoriano, de recuerdos entrañables que nos unen como amigos
y compañeros hasta más allá de sus años de presencia y hasta más allá de esta década de ausencia. Porque si renundáramos a este prurito de buscar qué le era propio y a la brillantez de encontrar la sencillez y claridad que nunca le abandonó, estaríamos renunciando a nosotros mismos.

Cuando comencé a escribir estas palabras mi intención era presentar el legado académico e intelectual de Fernando velasco Abad, especialmente a quienes no le conocieron. Confieso ahora que al acercanne a este punto he ido alternando mi intención original, puesto que no puedo, menos mal, hablar del Conejo cientista social y dirigente sin rememorar también al compañero de estudios primero y luego de cátedra, al amigo entrañable con quien vivimos una diversidad de luchas y de experiencias.

Haría mal si dijera aquí que hablo en nombre de todos los que podrían decir lo mismo, pero creo que puedo decir por muchos que si su muerte fue uno de los más dolorosos momentos vividos por una generación, su vida, no por truncada lejana para nosotros, es cada vez más, un referente intelectual y
político, así como su recuerdo nos une para sentirlo irreversiblemente propio.

Nadie es dueño de su memoria, que no es ni siquiera ya de su familia o de alguna fórmula institucional, sino de los trabajadores del Ecuador, del futuro revolucionario de nuestro país y de América Latina. Pero el día que nos congregamos aquí para recordar su muerte, vamos más allá de la fría madrugada
del 9 de septiembre de 1978 cuando encontró su destino en el borde de una peña, nuestro barro al fin, para avanzar por ese no terminado camino de búsqueda que recorrió en su vida, tan cercana a la propia, como inmensamente querida.