Semblanza de Fernando Velasco Abad, por Raúl Borja N.


I. La etapa

Fernando Velasco Abad nació el 27 de abril de 1949 y falleció el 8 de septiembre de 1978, poco antes de cumplir treinta años. Este hecho trágico marcó el inicio del fin de su mayor proyecto como ser político, esto es, la construcción del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores. Es difícil reconocer esto pues, además de otras razones, aquello implica admitir la fragilidad de un proceso social, político e ideológico que se perfilaba como alternativo a la incidencia de la tradición comunista y socialista desde la década de los veinte del siglo pasado en el Ecuador.

En efecto, la presencia del PCE estaba demasiado identificada (hasta hoy) con la búsqueda y el feliz encuentro de la burguesía nacional, dentro de los pliegues de los gobiernos de turno y, por lo tanto, estaba embriagada con los melosos beneficios de palacio (hasta hoy). La otra tendencia histórica de izquierda, la socialista, revelaba en los años 70 del pasado siglo, como nunca antes, dos características históricas del socialismo ecuatoriano: una, la división interna con la consiguiente conformación de fracciones de liderazgo más que todo personal (socialistas revolucionarios, socialistas amarillos, reformistas, sindicalistas y fracciones locales importantes que se han manejado siempre con autonomía); otra, su apego a la lucha sindical, económica, de los gremios de trabajadores, con una visión reduccionista. Aparte de estas dos expresiones legendarias de la izquierda ecuatoriana (PCE y PSE) que había subsistido medio siglo, en los años 70 había en el Ecuador otras manifestaciones de izquierda encarnadas más que todo en grupos auto-considerados “la vanguardia”, unos intentando sin éxito retar al sistema con las armas, aunque sin llegar a dar combates estratégicos, otros, más o menos entregados en sus claustros a la lectura de los textos clásicos de la izquierda mundial, en particular de V.I. Lenin y su famoso ¿Qué Hacer?.

II. La persona

Fernando Velasco Abad, a inicios de los años 70, siendo muy joven aún, traía bajo su brazo un brillante desempeño como Profesor de Economía Política en tres espacios académicos más importantes entonces que ahora: la Universidad Católica (Facultad de Economía), la Escuela de Sociología (Universidad Central) y la Academia de Guerra del Ejército. Por sus relaciones académicas con lo más progresista de los Jesuitas, tendencia liderada por el sacerdote y filósofo Hernán Malo González S.J., Fernando Velasco Abad se conectó en esos días con el INEFOS, un espacio de formación de las bases de la CEDOC (democristiana), y pasó rápidamente a ser su líder de formación de lo más selecto de sus bases. Él era un laico (por formación y tradición familiar) aunque estaba fuertemente impactado por las nuevas corrientes de pensamiento social y acción política que eclosionaban dentro de la Iglesia Católica Progresista, bajo el paraguas de la Teología de la Liberación y la influencia ética de Camilo Torres.

En esos ambientes, Fernando Velasco Abad se “conectó” con sobrada fluidez con una fracción del MIR que desde los inicios de los 70, hacía un denodado “trabajo sindical”, particularmente entre los trabajadores eléctricos, y convivía en los barrios de tradición obrera de Quito, en una romántica búsqueda del “ser proletario” apenas visible entre los patios húmedos y los talleres artesanales de Chimbacalle y la Ferroviaria Alta. Así fue como arribó a la militancia sindical y política, misma que se respaldaba, desde lo teórico e histórico, con sus sesudas lecturas de dos corrientes del pensamiento mundial de izquierda: Carlos Marx, Rosa Luxemburgo y Kautski, de una parte; y de otra, la Teoría de la Dependencia con sus grandes polos de construcción de pensamiento: México (Ruy Mauro Marini) y Santiago de Chile (Theotonio Dos Santos). No olvidemos que todo esto resonaba con ese auténtico tremor revolucionario latinoamericano, con el Che muerto en Bolivia, con Salvador Allende empezando su glorioso experimento del Socialismo a la Chilena, y con los intelectuales latinoamericanos entre impactados por la Masacre de la Plaza de las Tres Culturas, México DF, y el boom de la mágica literatura de este pedazo de planeta.

III. El proyecto político

A una velocidad casi meteórica, Fernando "El Conejo" Velasco, pasó a ser el ideólogo de un proyecto político que empezó a llamarse la URT (Unión Revolucionaria de Trabajadores, 1974), y que devino en el MRT (Movimiento Revolucionario de Trabajadores, 1977). Este proceso no derivaba del desempeño académico de El Conejo, mismo que siendo de gran importancia y brillantez en su corta vida, no ocupaba la parte medular de su preocupación como Ser Político. Esa parte se hallaba enraizada y floreciente en la militancia de Fernando Velasco, que avanzaba en una espiral dialéctica desde el espacio de formación sindical referido (CEDOC-FENOC), hacia la estructuración de un pensamiento genuino, de izquierda socialista, sobre la construcción de un movimiento de clase trabajadora, no un partido político, todo esto en medio del trabajo de formación de lo que entonces se llamaba “los cuadros políticos” que aparecían como brotes de soya en las cooperativas agrícolas arroceras de la Costa, en las fábricas y talleres manufactureros de las ciudades, y también en las universidades ecuatorianas.

Este elemento es importante destacar, pues para El Conejo Velasco, la “línea divisoria” entre lo uno y lo otro, lo sindical y lo político, o lo corporativo y lo partidario, era tenue, bajo ciertas condiciones por supuesto. En muchas ocasiones, las asambleas del MRT eran las asambleas de los campesinos, indígenas, obreros y artesanos de la CEDOC-FENOC, ya en Quito, en el suburbio de Guayaquil, o en la lejana ciudad de Macará. En todos los casos el sueño era similar: el Movimiento de los Trabajadores, y la verbalización (la retórica del Socialismo) arrancaba pasiones a todos. En esos años, el movimiento sindical se alimentaba en tres vertientes necesarias y complementarias: la lucha por mejores condiciones de vida (contra la explotación capitalista); la lucha contra el Estado capitalista (la opresión de la burguesía como clase en el poder); y la lucha ideológica, que Fernando la planteaba con énfasis, con un fuerte contenido de cambio de valores éticos y culturales, afirmando que la ideología revolucionaria en ciernes se asienta en la libertad, la responsabilidad, la solidaridad y la apropiación de las conquistas universales por parte de los trabajadores que aquí, o allá, en todo el planeta, estaban siendo tratados por el capitalismo como “trozos de carne apta para preparar las hamburguesas”…

IV. Personaje y proyecto

En el proyecto de construcción del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores, Fernando Velasco Abad fue más que todo un Educador. ¿Qué clase de Educador? Empiezo resaltando aspectos importantes de “forma” que hacían a nuestro personaje. Él era un didacta, no sé si por vocación y/o por influencia de su madre y su padre, ambos notables educadores formados en la didáctica alemana laica de los institutos pedagógicos más tradicionales. Fernando era muy ordenado en las estrategias de transmisión-recuperación-síntesis del conocimiento. Lo recuerdo como un planificador cuidadoso de las intervenciones y un excelente sistematizador de los aportes de sus interlocutores. Siendo un teórico, Fernando el educador era un inductivista que buscaba que los otros vayan descubriendo sus saberes en el camino, antes de arribar al armado de un modelo de pensamiento abstracto. En lo antes dicho, no estoy pensando en el académico, sino más que todo en el formador de los cuadros políticos dentro de las cooperativas agrícolas arroceras, los sindicatos fabriles y otros espacios similares de los trabajadores.

El Conejo era un educador ideólogo, que daba gran importancia a los valores de vida que deben constituir lo sustancial del cambio de pensamiento y de la búsqueda de nuevos derroteros políticos. Lo recuerdo siempre con sus “cuadernos tipo universal”, con su “pluma fuente” de tinta azul, sacándose de rato en rato sus lentes de intelectual para darse un fácil masaje en sus párpados… así, organizando esquemas y diagramas para sus intervenciones como educador ideólogo. En la academia, lo recuerdo enviando a investigar a sus estudiantes de Sociología las características concretas de la estructura agraria del Ecuador, y exigiéndoles precisión antes que lirismo en sus informes de lectura, esto como umbral antes de pasar a las lecturas de Kautsky y Lenin, sobre El Desarrollo del Capitalismo en Rusia; o, salvando las distancias, antes de arribar a la interpretación de los datos del Informe de la Comisión Interamericana de Agricultura (OEA), sobre la estructura de propiedad de la tierra en Ecuador hacia los años 60-70; pero también, previo al estudio crítico de los opúsculos de Pedro Saad (PCE) sobre lo que entonces llamábamos “El Problema Agrario en el Ecuador”.

Finalmente, rescato de alguno de sus escritos elaborados con sentido didáctico y finalidad política, una especie de decálogo de valores que debían caracterizar a los procesos educativos de los trabajadores:

“Valor de la dignidad humana; Valor de la libertad y de la responsabilidad; Valor de la promoción colectiva; Aspiración a reemplazar la propiedad privada de los medios de producción por su apropiación social; Aspiración a sustituir la primacía del beneficio particular por la primacía del trabajo como categoría económica y social dominante; Aspiración a poner al alcance de todos la instrucción y la cultura; Convicción dinámica de tener, los trabajadores unidos y en conjunto, la tarea de construir una sociedad justa; Aspiración profunda a una efectiva liberación; Impulso profundo a operar un cambio de civilización hacia un proyecto de civilización de real igualdad, libertad y responsabilidad…”

V. Epílogo: El proyecto muere antes del mediodía

El fin del proyecto político del MRT coincidió con el fin de la vida de Fernando Velasco Abad. Al margen de la coincidencia en el tiempo, los dos hechos tuvieron un marco general de referencia histórica, que es importante resumirlo. En 1977-78 el Ecuador estaba abocándose al “retorno a la democracia constitucional”, un proceso de “ordenamiento institucional” que dio a luz la etapa de re-conformación del poder burgués-oligárquico cuyos estertores aún los estamos viviendo. Ese proceso tendría a lo largo del tiempo tres aristas: de una parte, la recomposición del “modelo” de acumulación capitalista en el Ecuador, resultado de lo cual serían desplazados de su rol de liderazgo los obreros de la mayor parte de fábricas y empresas de tecnología atrasada, que era la que predominaba en el Ecuador de entonces: con esto, el sindicalismo (el soñado proyecto del FUT) perdería rápidamente protagonismo social y político, bien ganado en las décadas precedentes de lucha social. De otra parte, entre 1977-78 se abrió en el Ecuador una re-configuración política con el salto a escena de fuerzas liberal-socialdemócratas, que con su programa de construcción del Estado de Bienestar, aunque sea mediatizado, dejó sin piso las plataformas reformistas de la izquierda, misma que concebía la lucha reivindicativa, económica, de los obreros, como una “correa de transmisión” de sus propósitos partidarios. En esa contingencia, el FADI (Fernando Velasco Abad fue uno de los generadores del proyecto, en 1976-77) fue transformando su carácter, de frente electoral de izquierda, a apéndice de la Izquierda Democrática. En ese horizonte de retos y ambigüedades, el Movimiento Revolucionario de los Trabajadores liderado por Fernando Velasco Abad debatía, en cenáculo, si continuar como movimiento no-electoral, o legalizar su estructura dentro del Estado, o alinearse como un movimiento outsider a alguna de las fracciones del trotskismo internacional. El Conejo halló en Cuenca (1978) una fórmula de transición (él era un gran consensuador), misma que se tradujo en el eslogan electoral ¡SOLO EL SOCIALISMO ES DEMOCRACIA!

Poco antes él mismo nos había planteado:

“¿Cómo entendemos el movimiento de los trabajadores en una perspectiva revolucionaria? Lo entendemos como un hecho histórico, pensado y desarrollado por los mismos trabajadores, con un contenido y una acción transformadores, encauzados a la superación del sistema capitalista para la construcción de la nueva sociedad, conforme queremos y entendemos los trabajadores, donde la propiedad privada de los medios de producción sea reemplazada por la apropiación social de los mismos, donde tengamos libertad y democracia auténticas y donde el Estado cumpla con su finalidad de lograr el bien común para el desarrollo pleno del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres…”
Por último, la tercera “fatal coincidencia” que hubo entre la muerte de El Conejo y la debacle del proyecto político en ciernes, se materializó en el campo ideológico. La recuperación de la hegemonía de la alianza burguesa-oligárquica en 1977-78, a pesar de sus fisuras y contradicciones, implicó una paulatina derechización ideológica en el Ecuador, de modo que al pensamiento del cambio (reformas sociales, democracia genuina, justicia social, relaciones inter-culturales sin subordinación, etc.) le siguió el predominio de las ideas sobre el crecimiento económico como base para la justicia social, el progreso como condición de la conquista individual del bienestar, la economía social de mercado, el liderazgo como paradigma del cambio social en lugar de la construcción de una cultura política moderna en el conjunto de la sociedad, por último, el individualismo como paradigma de la vida opacando a la organización social como artífice de los cambios, etc.

Entonces, poco antes de su partida, Fernando Velasco Abad escribía:

“En resumen, más peligroso aún que las ideas que la clase dominante nos pone en la cabeza, es el hecho de que nos ha metido una forma de pensar, de razonar y de actuar, de tal manera que bien podemos decir que es como si llevásemos un capitalista adentro…”

16 de octubre de 2011


* También incluido en: La Hora de los Trabajadores, 29 Nov. 2011