Hoy nos reunimos a recordar a un amigo, a un
compañero, a un colega, a un referente para nuestra generación, que fallecido
hace ya casi 33 años, no queremos dejar morir; por el contrario, queremos a
partir de este acto de develización de su escultura, pasar el testigo de su
memoria a las nuevas generaciones.

Quiero recordar una frase de Javier Cercas
en su novela Soldados de Salamina: “Se acuerda (el viejo y antiguo combatiente
de la Guerra Civil española) porque, aunque hace sesenta años que fallecieron
(sus compañeros de combate), todavía no están muertos, precisamente porque él
se acuerda de ellos.” Y no queremos que Fernando se muera con nosotros,
queremos que él siga viviendo, porque a partir de esta representación de él, de
los documentales que estamos empeñados en producir, de los libros que pronto
serán re-editados y de los eventos académicos que sobre su pensamiento se
desarrollen, nuevas generaciones mantengan su memoria, de lo que el hizo y
quiso hacer, hace mas de tres décadas. Con ello seguirá viviendo.
Y qué mejor que develizar su escultura en este lugar,
en un parque en FLACSO que lleva su nombre y donde jóvenes como él deambulen y
se sienten cerca de ella o simplemente contemplen esta figura de alguien tan joven
como ellos. Y quizás se pregunten quién era ese joven que tiene una escultura
en FLACSO a pesar de su corta edad.
Su vida se apagó un 9 de septiembre de 1978, cuando
apenas tenía 29 años en una curva de la carretera hacia Santo Domingo de los
Tsáchilas, en un accidente sin más explicación que su compromiso social y
político, sin sopesar los límites de nuestra propia resistencia física. No era
un viaje cualquiera aquel en que el murió, ni se dirigía a una reunión de las
muchas que hacíamos entonces. Viajaba junto con varios dirigentes de la FENOC, hoy
FENOCIN, Mesías Tatamuez entre ellos, a una discusión en que debía resolverse
el peso que el movimiento campesino tendría en la organización política que nos
cobijaba. Había posiciones políticas contrastadas sobre lo que debíamos
entender como una alianza obrero campesina y ello se reflejaba en la pequeña
cúpula de la organización política que habíamos establecido, el Movimiento
Revolucionario de los Trabajadores, MRT. Discutíamos con pasión y compromiso esas
posiciones en largas veladas en que el humo del cigarrillo nublaba la vista,
pero en que las horas no alcanzaban, para lograr claridad sobre ese asunto de
gran importancia coyuntural en el momento.
Así que muchas veces he intentado reconstruir lo que
pudo ser ese viaje a Santo Domingo. Me imagino su notable inteligencia dedicada
a escudriñar en forma sistemática el contenido de cada posición y buscar una
síntesis, que fuese superior a cada una de ellas, mientras manejaba el destartalado
jeep en que viajaban. El resolver esa disyuntiva era fundamental para el futuro
del MRT y así lo pensaba él y lo pensábamos nosotros. Fernando era de aquellos
que no dejaba idea sin explorar, que no descansaba hasta intentar entender al
otro, de analizar diversos escenarios para resolver disyuntivas que
enfrentábamos, pero sobre todo tenía una notable capacidad de sugerir salidas,
que luego cada uno pensaba que era, en ese momento, la mejor. Nunca sabremos
como él nos iba a sacar de esa crisis pasajera; de hecho, sin él, esa crisis,
creo yo, no encontró salida.
En el viaje Fernando manejaba un vehículo acompañado
de dirigentes campesinos a una reunión en que se reunirían delegados de las
diversas organizaciones regionales que entonces componían la FENOC, hoy
FENOCIN. Me imagino, que en el recorrido quizás rememoraba lo que había sido su
trabajo sindical y organizativo, los grandes debates y su lucha por cambiar la
dirección de esa organización. Esa organización nacional campesina había sido
revitalizada, re-direccionada políticamente, insertada en el movimiento
sindical y campesino de izquierdas en buena parte gracias al accionar político
de Fernando y quienes le acompañábamos, incluyendo esos dirigentes que viajaban
con él. De hecho, su activismo social se construyó en esa organización y en las
luchas por asegurar su adscripción a las líneas de izquierda revolucionaria,
rompiendo con su matriz demócrata cristiana. Su dedicación a la organización
social era una de las pulsiones vitales de Fernando, por lo que no había
reunión, curso, taller al que no viajaba o nos enviaba. Así que ese viaje, realizado
en una madrugada, para resolver temas centrales de la organización campesina,
era continuidad de su compromiso con la organización sindical y campesina, que
había comenzado desde edad muy temprana.
O tal vez en ese último viaje iba recorriendo sus
escritos sobre campesinado y movimiento campesino. Los dilemas para entonces
eran dos: ¿que segmento del campesinado debía constituirse en la base del
cambio buscado? ¿Era aquel que habiendo accedido a la tierra, demandaba
servicios del Estado, con quien ese Estado había constituido una alianza, para
abastecer de alimentos a la ciudad y al proceso de desarrollo? o, ¿era el
campesinado pobre, quedado al margen de los procesos redistributivos, en su
mayor parte indígena, en el que debían cifrarse la base de una transformación
social? Era el movimiento campesino o el movimiento indígena, eran las demandas
socio-económicas que debían predominar en el ideario del movimiento social o
eran las étnico-culturales, que debía sustentar ese proceso de cambio. Era una
discusión académica que tenía en sus vértices, implicaciones políticas que
seguramente se discutirían en la reunión a la que acudía y que por lo tanto,
seguramente pudo repasar en ese viaje por las sucesivas curvas hacia Santo
Domingo, ese día 8 de septiembre del 1978. Nunca sabremos, pero sus escritos en
que buscó responder a esas interrogaciones a la realidad agraria de esa época,
en constante discusión con Marx, Kautsky, Lenin, Wolf, Shanin para recordar
algunos, habría de contribuir al establecimiento de las modernas ciencias
sociales ecuatorianas y muy especialmente a su núcleo fundacional, los estudios
agrarios.
Pero Fernando escribía bien. Cabe recordar la
respuesta que dio al director del Colegio Benalcázar, que dudaba que un niño
todavía, estuviera preparado para iniciar la exigente educación secundaria de
su plantel. Al preguntarle qué era la literatura, contestó, recordando a su
madre maestra, es la forma escrita de la belleza. Sus escritos eran exigentes
no solo en el fondo, sino en la forma. Obviamente fue admitido en forma
inmediata.
No fueron estos sus únicos escritos, de hecho sus
primeros, se escribieron en las aulas universitarias. De esa época surgen
textos como su tesis de economista, "Ecuador:
subdesarrollo y dependencia", que se constituyó en un referente temprano para el
pensamiento crítico ecuatoriano y para la formación de generaciones de
economistas y sociólogos. En ella, recorrió en forma crítica la teoría de la
dependencia y evaluó sobre esa base lo que había sido nuestra propia
experiencia de desarrollo como sociedad y país. Su preocupación central en este
texto fueron los caminos del subdesarrollo y la dependencia, pero también los
avatares de nuestra formación como nación. En ella, como bien lo ha destacado
Enrique Ayala, hay una revalorización de figuras como García Moreno y claro
está, Eloy Alfaro, como constructores de la nación.
Este
texto ya clásico de la ciencia social ecuatoriana acompañó en buena parte su
actividad docente, tanto en la Facultad de economía de la PUCE como en la
escuela de sociología de la UC. A pesar de su juventud, Fernando, el Conejo, era
profesor distinguido, pero también un motivador de la curiosidad de los estudiantes
sobre nuestra sociedad. Sus alumnos, muchos de ellos, apenas unos años menores,
lo recuerdan como persona que jugó un papel fundamental en su formación. Así que
espero que esta escultura que hoy develizamos también recuerde a los
profesores que su papel fundamental es el de despertar la curiosidad académica
en los estudiantes, el trabajo sistemático y riguroso, la atención al estado de
las ciencias en cada momento, el enseñar a pensar por sí mismo.
O
tal vez el viaje esa noche y madrugada fue aprovechado por Fernando para
repasar las organizaciones que había contribuido a establecer. El CIESE, el
CAAP fueron pensadas y establecidas como aquellas que permitirían realizar los
estudios académicos rigurosos o las acciones de promoción social y apoyo a las
organizaciones populares, tanto rurales, como urbanas. De hecho el CIESE que
durante un tiempo dirigí, se constituyó en el espacio donde los nuevos estudios
agrarios encontraron uno de sus derroteros principales en ese período
fundacional. El CAAP, hasta hoy organización no gubernamental importante,
dirigida por el compañero desde entonces, Paco Rohn, ha sido lugar de
innovación en el trabajo social e impulsora constante de nuevas inquietudes y
debates, como lo atestigua, su revista Ecuador Debate. Pero ellas no fueron
las únicas organizaciones que él ayudó a formar; otras también le deben su
capacidad de creación de instituciones y de derroteros para el país. Su mano
estuvo atrás del establecimiento de FODERUMA en el Banco Central del Ecuador,
pionera en los programas de desarrollo rural, política que a pesar de sus
altibajos, perdura hasta la actualidad.
No sé cómo sería ese viaje, si todos
dormitaban y Fernando decurría en sus pensamientos o, por el contrario, pasaron
alguna hora cantando o contando anécdotas de diferente tipo. El Conejo era una
persona alegre, de ojos vivaces, capaz de tararear no solo las canciones de la
época, como las de Atahualpa Yupanqui o México Febrero 23, pero también otras
más alegres y movidas. No puedo pensar que ese viaje fuese uno triste, Fernando
no lo era. Su vivacidad no era solo de inteligencia y compromiso, era también
de celebración y alegría. Recuerdo tantas anécdotas sobre tenidas largas en que
la discusión seria dio paso al jolgorio, al canto, al baile, a celebrar nuestra
juventud, o cuando una sesión de capacitación y concientización, como lo
llamábamos entonces, daba paso a un partido de fútbol, en que El Conejo era
temible delantero. Así que esta escultura la veo también como testimonio y
celebración de la alegría vital de la juventud.
Todos
esos debates, vivencias, sueños, compromisos llegaron a un abrupto fin ese 9 de
septiembre de 1978 en que murió, cuando el cansancio venció y el jeep derrapó
en una curva de las muchas que tiene esa carretera. Recuerdo como si fuese hoy,
la forma como la noticia me llegó y seguramente eso le pasa a cada uno de
nosotros, como buscamos arroparnos entre nosotros para pensar lo que había
ocurrido, como llegamos poco a poco a la casa de sus padres y hermana, donde
doña Blanca Margarita Abad Grijalva y Don Ermel Velasco Mogollón y su hermana Maty,
como más tarde, llegando desde diversas partes confluimos al cementerio a dejar
su cuerpo físico, los abrazos y lágrimas de ese día. Ese descampado amplio de
un cementerio entonces, apenas ocupado, es tal vez el símil que he retenido de
ese día en que enterramos a El Conejo, desolación y desamparo.
Pero
muchas veces pienso que el papel más importante que jugó Fernando, El Conejo,
fue el de darnos derrotero como generación y que mucho de lo que hemos sido
desde entonces, difícilmente puede explicarse por fuera de esa intensa vivencia
que tuvimos con él a mediados de la década de los 70. Todos éramos jóvenes, entre 20 y 30 años, algunos recientemente
salidos de las aulas universitaria en el país o fuera, casados muchos y con
hijos pequeños, Juan Fernando Velasco entre ellos, lectores empedernidos de
libros en que se turnaban Marx, Mariátegui o Franz Fanon, pero también Cortázar
y García Márquez, éramos sobre todo jóvenes de gran curiosidad, dedicados a
analizar, reflexionar y escribir a partir de nuestras propias observaciones de
lo que acontecía en nuestra sociedad. Éramos sobre todo inconformes hasta con
nuestra propia inconformidad, poníamos nuestros sueños por delante y buscábamos
renovar todo.
Encarnábamos el espíritu de la época, recordemos los
setenta como una década de búsqueda para quienes militábamos en la izquierda.
Fueron años de golpes militares violentos y represivos en buena parte de
América del Sur, de desarticulación y derrota de los movimientos de izquierda
que habían surgido en los 50 y 60, de constitución de un nuevo espíritu
latinoamericanista a partir de las diásporas de izquierda y el exilio; pero
también fue época de insurgencia contra los gobiernos oligárquicos en Centro
América; fue época también de un nuevo pensamiento latinoamericano, que
oscilaba entre dos polos, superar la teoría de la dependencia a partir de una
aplicación del marxismo a la realidad de América Latina; y la paulatina
revalorización de la democracia, cuyo contenido y dirección se disputaba; pero
también era época de un gran boom cultural, en la literatura, en la música y en
la pintura. De todo ello éramos portadores, nuestro bagaje estaba lleno de
sueños y creatividad.
Fernando era, sin embargo, el mejor de todos nosotros,
era quien permitía que todo ese compromiso, todo ese bagaje, confluyeran en una
dirección determinada, pues a pesar de lo que teníamos en común, proveníamos de
muy diferentes prácticas, sea desde las diversas vertientes ideológicas que
entonces subdividía a la izquierda, sea desde el punto de vista de la misma
práctica, unos más dedicados a los libros, otros más al activismo, otros más
bien surgidos del mismo movimiento social. Ese rol de aglutinador es algo que
siempre recuerdo en él y tal vez fue su rasgo más significativo. Fue justamente
eso, que con su muerte, perdimos.
Así que este día que pasamos la posta de su memoria a
nuevas generaciones de jóvenes académicos, estudiantes, activistas sociales, por
medio de una escultura que da cuerpo al mejor de nuestra generación, lo hacemos
no solo para que El Conejo no muera, sino para que anime a nuevas generaciones
a sus propias búsquedas y a sus propias inconformidades, incluso con la
inconformidad dominante.
Gracias.