El Conejo



por Mario Unda

20 años, pretende el tango, no es nada; 40 ya se hacen notar. Pero, ¿qué es lo que se hace notar en estos años? El Conejo fue quizás la mejor expresión de una época, aquella, hundiendo sus raíces en los luminosos años 60, se extendió entre las décadas de 1970 y 1980.

Para la izquierda y para el movimiento popular fueron épocas de grandes esfuerzos, de grandes logros y de tareas incumplidas. Eran los años de la lucha por la independencia de Argelia y de Vietnam; el mayo 68 parisino, la primavera de Praga y el 68 de Tlatelolco, Martin Luther King, Malcolm X y las Panteras Negras; el Cordobazo; el otoño caliente del autonomismo obrero italiano; las huelgas obreras polacas; las movilizaciones campesino-indígenas por la tierra y la dignidad en toda América Latina. Los años de poner en duda todos los poderes y la autoridad: en la educación, en la familia, en la política.

Fueron años de renacimiento y de exploración cultural -una cultura comprometida: en la literatura, Cortázar y las Historias de cronopios, García Márquez y Cien años de soledad, Roa Bastos y Yo, el Supremo…, incluso el primer Vargas Llosa; el teatro del oprimido de Augusto Boal, y el nuevo teatro de Enrique Buenaventura; la música protesta que acompañaba igual las veladas entre amigos que las huelgas.

Años de florecimiento teórico en América Latina: la Teología de la Liberación de Gutiérrez, Leonardo y Clodovis Boff; la Filosofía de la Liberación con Dussel; las teorías de la dependencia con Marini, dos Santos, Vania Bambirra, Frank…; la pedagogía del oprimido de Paulo Freire; los debates marxistas de Cueva y Zavaleta. Años de expectativas de cambios radicales a caballo de la revolución cubana y de la vía chilena al socialismo.

En el Ecuador, inicia el largo arco temporal de la modernización capitalista con la explotación petrolera. Algo de industrialización, crecimiento del Estado, fuertes inversiones públicas en grandes obras, acelerada urbanización. Los sujetos, las ideas y las costumbres irán variando. Se abría paso en la iglesia una corriente próxima a la teología de la liberación, con Monseñor Proaño. Bullían las inquietudes políticas en las capas jóvenes de las clases medias. Las movilizaciones estudiantiles confluían con las luchas campesinas y con los primeros pasos de organización y lucha de una joven clase obrera industrial.

Con la industrialización se transforma el movimiento sindical, volviéndose, por un lado, más proletario y más joven; por otro lado, integra las movilizaciones campesinas por la tierra. Y poco después comenzarán a llegar los moradores de los barrios populares.

Nuevos horizontes, nuevas tareas que estimularán la organización de una nueva izquierda radical.

Este fue el tiempo, estos fueron los espacios del Conejo Velasco. En ellos se construyó como la figura que fue. Se graduó muy joven de economista, y muy joven se convirtió en profesor universitario y en funcionario del Foderuma. Pero ambas actividades eran sólo una parte, y no las principales, de su accionar. El Conejo era el principal animador de las escuelas de formación sindical de la Cedoc y de la Fenoc. Un escrito en el que se presenta un proyecto de educación sindical está compuesto de dos partes: en la primera se analizan con detenimiento los cambios que la era petrolera estaba introduciendo en la sociedad ecuatoriana, en la economía, en el Estado, en la formación de las clases sociales; en la segunda se presenta una propuesta de formación sustentada en los trabajos de Paulo Freire: las clases trabajadoras tienen que ser ellas mismas también productoras y sistematizadoras de conocimiento. La meta era que los trabajadores adquirieran conciencia política y se convirtieran ellos mismos en sujetos políticos.

Por eso, su labor se encaminó a la construcción de un movimiento político revolucionario, el MRT. El MRT se planteaba como una organización que surgía desde y junto con la propia organización social, y su estrategia debía combinar el socialismo y la democracia. Se planteaba un régimen interno radicalmente democrático, capaz de superar la división entre trabajo intelectual y trabajo manual que caracteriza aún ahora a la izquierda tradicional. El objetivo era que ya no sean solo unos pocos los que piensan y deciden la línea política, mientras que las bases solo aplican y ejecutan lo decidido.

Para el Conejo, la labor intelectual, la investigación social, los estudios sobre la lucha campesina, sobre la historia, sobre la economía, el diseño de políticas públicas, todo eso adquiere sentido cuando se lo pone en contacto con las clases trabajadoras, verdaderos sujetos de los procesos de transformación social; y cuando de allí se encamina a la construcción de instrumentos políticos útiles para coordinar y dirigir la acción independiente de los subalternos.

Pero esta forma de ser intelectual ya casi no se encuentra: después del “retorno a la democracia” la intelectualidad comenzó a distanciarse del movimiento popular, camino que profundizó tras la derrota de las huelgas de los años 80. El neoliberalismo hizo más honda la brecha, que en el correísmo devino en abismal. Pero, despegados del movimiento de masas y de la lucha social, los intelectuales buscan ser acogidos por las formas institucionales del poder, se extravían en su propia “feria de vanidades” y debilitan incluso su capacidad de comprender la realidad.

Frente a ese devenir, sigue siendo superior el camino escogido por Fernando Velasco: el trabajo intelectual socialmente productivo no puede optar por el engorde de la propia vanidad, por la búsqueda de reconocimientos fatuos de las instituciones que reproducen el sistema de dominación ni, menos, por la complacencia frente al poder; su destino ha de ser enlazar con las luchas de emancipación.

9 de septiembre de 2018


-->

No hay comentarios: