Un pensador y militante de izquierda ecuatoriano que no deja de movilizarnos


Editorial El Telégrafo, 2 diciembre 2013

Hay una editorial ecuatoriana dedicada a él, que lleva su sobrenombre, y cuyo lema es: “El Ecuador Escribe”. Fue creada en su memoria, en 1979, y se estrenó con el libro Reforma agraria y movimiento campesino indígena de la Sierra, publicado después de su muerte. En el Patio Cultural de la Facultad Latinoamericana de Ciencia Sociales (Flacso - Ecuador) está una estatua suya, inaugurada por el Municipio de Quito, con ocasión del Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales desarrollado en 2007.

En un blog creado para recopilar varios artículos escritos sobre él, se lo describe como un hombre alegre y lleno de energía, “fan de los Beatles, siempre listo para un partido de fútbol, lector y escritor incansable, brillante profesor, estudioso del marxismo, fundador del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT), entregado a la lucha política y a la organización social por un Ecuador con justicia social, por una izquierda revolucionaria unida y sin dogmatismos, por unas ciencias sociales comprometidas con la transformación política y social en favor de los más pobres y, en especial, de los campesinos y los indígenas”.

El fue Fernando Velasco Abad, nombrado cariñosamente por sus amigos como el ‘Conejo’, quien en 1972 se graduó de economista en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador con la tesis ‘Ecuador: Subdesarrollo y Dependencia’, escrita cuando tenía 21 años. Fue uno de los profesores más jóvenes de la Facultad de Economía de la universidad en la que estudió su pregrado y de la Escuela de Sociología de la Universidad Central. Murió cuando apenas tenía 29 años, dejando una potente obra y un trabajo militante inconclusos, pero que no dejan de actualizarse en el terreno de las ciencias sociales, la lucha social y los debates marxistas latinoamericanos.

Como señalaba Agustín Cueva, “la obra de Velasco es […] inseparable de su acción de militante, mas no se reduce a esta. Tiene una densidad y un peso propios, determinados tanto por la penetrante inteligencia del autor y su amplia cultura e inquieto espíritu, como por la capacidad de ser una especie de antena abierta a todo lo nuevo que por aquel entonces surgía”.

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