Mi amigo, el “Conejo” Velasco, por Gerardo Bacalini (Argentina)

Gonzalo Endara Crow

Corrían los años 72-73 y viajé al Ecuador en calidad de Responsable de las Relaciones Internacionales de APEFA (Asociación para la Promoción de las Escuelas de la Familia Agrícola), invitado por el INEDES (Instituto Ecuatoriano para el Desarrollo Social) y CESA (Central Ecuatoriana de Servicios Agrícolas).

A partir de esta visita, tuvimos en Argentina, más precisamente en Reconquista, Norte de la Provincia de Santa Fe, sede de APEFA, a dos becarias ecuatorianas que, creo recordar, eran Lola Casco y Clemencia Quishpe.

Pero fue en CESA donde conocí a Fernando (“el Conejo”) Velasco, junto a Fausto Jordán y Carlos Arrobo. Con ellos hicimos una gran amistad y especialmente con el Conejo, invitándome inclusive a estar en su casa y conocer a Rosa María y también a su hijito, el hoy famoso cantautor Juan Fernando Velasco.

Eran años muy especiales en Latinoamérica y el Conejo estaba muy interesado en tomar contacto con los movimientos de los 70 en Argentina. Es por ello que viajó conmigo desde Quito y pasamos juntos varios días en Buenos Aires. Tuvimos largas noches de conversaciones sobre la situación imperante y el futuro revolucionario en nuestros países.

También él, junto con otros compañeros ecuatorianos, me ayudaron a organizar en Balzar (Ecuador) un encuentro sobre “formación para el medio rural”. Mientras estábamos en ese encuentro, una tardecita el Conejo organizó una reunión con campesinos de la Costa. Nos vinieron a buscar y nos condujeron “bien cuidados”, al anochecer, entre plantaciones de bananos, a una casa montada en pilotes. Allí tuvimos una “extraordinaria y recordada” cena y reunión con dirigentes campesinos, tanto por lo que se comió y bebió, así como por el contenido de lo conversado. Volvimos a la madrugada también muy acompañados y cuidados por varios campesinos. Fue una experiencia que no he podido borrar de mi mente con el tiempo.

Como tampoco puedo olvidar otra reunión que el Conejo me organizó, en la trastienda de un bar de Guayaquil, con un alto dirigente que se llamaba Adolfo Tutivén. También entre cervezas y cervezas, debatimos largamente sobre la realidad ecuatoriana, argentina y de América Latina en general.

En todas estas actividades que mantuvimos con el Conejo, se podía destacar en él la capacidad de análisis político y el compromiso militante. Para mí fue un maravilloso aprendizaje.

Y, como era de esperar, una gran despedida de nuestros encuentros fue en un comedor de Quito con caldo de patas y cerveza. El humo del caldo les empañaba los anteojos a Fausto y al Conejo. Acalorados y felices, debatíamos y nos peleábamos. Sobre todo, soñábamos… con una sociedad más justa en cada uno de nuestros países.

Buenos Aires, Argentina
Noviembre de 2007