Una reflexión sobre Fernando Velasco


Álvaro Sáenz Andrade

Hace 40 años perdimos a un símbolo de la juventud. Era una época de tal presencia juvenil que no nos dimos cuenta que se apagaba un joven, sólo sentimos la ausencia de un líder social y popular y un gran intelectual.

29 años tenía el Conejo cuando se fue y era tal su presencia que conmovió a todo el sindicalismo y al campesinado ecuatoriano, a la academia, al mundo político, al gobierno de entonces, a la izquierda desunida, al estudiantado universitario y a toda la élite de la clase media quiteña. Obviamente su desaparición conmovió también a las ramificaciones internacionales de los mencionados grupos.

Quiero decir que, al escribir estas líneas, no compito ni pretendo competir por ser la persona más allegada a Fernando Velasco, pues muchos otros sí lo fueron en los ámbitos político, organizacional, intelectual y personal. Estuve en el entorno, en una época en que vivíamos agrupados, en manadas de jóvenes estudiantes y maestros, obreros y dirigentes, de amantes de los Beatles, de músicos latinoamericanos, de carnavaleros, en jorgas de todo. Pero sí lo conocí, lo traté, conversé, comí y reí con él.

Recalco la juventud de Fernando porque a esa edad, ahora, muchos jóvenes están siendo protagónicos en diversos campos, unos en los estudios, otros en la academia, en la política, en los emprendimientos, en el mundo del trabajo, en los deportes, en la innovación, y son reconocidos como jóvenes talentos. Jóvenes de todos los sectores y de todas las nacionalidades, de toda condición, jóvenes con discapacidad. El Conejo reunía todas esas cualidades en una sinergia mayor que la que nos enseña la física.

Ha habido varios intentos de recoger (¿rescatar?) la imagen de Fernando Velasco pero todos se han quedado en esfuerzos a medias, varias veces truncados por celos y recelos entre los rescatantes. Recuerdo una reunión en la que más que discutir los valores de la persona se acordaban los límites de apropiación de su “herencia histórica”. Quizá el esfuerzo de reconocimiento más logrado ha sido la escultura que se implantó en los jardines de la FLACSO Quito, cuando era director de esta Casa Adrián Bonilla Soria, hace pocos años.

Quiero desarrollar un poco lo que se quedó trunco con el fatal accidente. Los mismos 29 años fueron su límite. A mi modo de ver le faltó tiempo, no para llegar a ser, pues lo fue, sino para alcanzar toda su potencialidad. En lo académico su discusión sobre el agro y el campesinado ecuatoriano fue un aporte significativo pero me lo imagino en un desarrollo teórico-práctico a la altura de la Teoría Crítica que nos circundaba en ese momento. Lo veo disfrutando a Foucault, Derrida, Onfray y Honneth y discutiendo y produciendo con Enrique Dussel, Boaventura de Sousa y Álvaro García Linera. Le faltó tiempo.

En el ámbito político organizacional Fernando habría sido parte de la unificación de las izquierdas con una riqueza ideológica contrapuesta a todo dogmatismo. Habría aportado generosamente a los ensayos progresistas que se han intentado en el país, ayudándolos a orientarse en favor de todos, recogiendo la experiencia ya lograda y la que habría acumulado siempre desde una posición de liderazgo. Habría acertado y se habría equivocado haciendo, jamás desde el mero pensamiento. Nos faltó él.

En lo personal no puedo adivinar qué habría sido, simplemente nos dejó y se quebró el pedazo de vida que él aportaba. Incluso aunque se cuenten muchos recuerdos y anécdotas, ya son memorias lejanas y su presencia se fue llenando con las vivencias de los vivos. Es más, ya no duele recordarlo, son muchos años (miento un poco en esto).

Quito, 1 de sep. 2018

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